miércoles, 30 de agosto de 2017

Introducción:
La posición de la iglesia durante la Edad Media en cuanto a la belleza y las artes se mostraba con recelo por cuanto se temía que un excesivo interés por las cosas de la tierra pudiera perjudicar al alma. Sin embargo, pese al riesgo de idolatría, la escultura y la pintura fueron admitidas, como soportes lícitos de la piedad, y también aceptaron la literatura como parte de la educación en las artes liberales. En este sentido, las líneas que siguen a continuación constituyen por una parte, temas referidos a la formación estética, específicamente, se exponen el pensamiento en cuanto a ésta, concebido por Santo Tomás de Aquino y San Agustín de Hipona, exponentes de la Edad Media, esto, aún cuando los problemas estéticos no formaban apenas parte de la filosofía medieval, y por otra, se trata lo concerniente a aspectos tan importantes en la vida social como lo es la economía, cultura y política, cada una, desglosada según lo que pertinentemente permitiera su estudio; otro aspecto que no se puede dejar a un lado es cómo influye esto en la educación.
Tomás de Aquino O.P.

(Roccasecca, Nápoles, 1225 – Convento de Fossanova, en la actual Provincia de Latina, 7 de marzo de 1274), fue un reconocido teólogo y Doctor de la Iglesia Católica que vivió en la edad media. Máximo representante de la tradición escolástica, y padre de la Escuela Tomista de filosofía. Es conocido también como Doctor Angélico y Doctor Común. Su trabajo más conocido es la Summa Theologica, tratado en el cual postula Cinco Vías para demostrar la existencia de Dios. Canonizado en 1323, fue declarado Doctor de la Iglesia en 1567 y Patrón de las Universidades y Centros de estudio católicos en 1880. Su festividad se celebra el 28 de enero.
La Belleza según Santo Tomás
La definición de Santo Tomás que se aduce con más frecuencia es “Pulcra dicuntur quae visa placent”. Pero aunque loable por su brevedad, esta definición no es adecuada como definición real, ni debemos decir que con esta expresión Santo Tomás pretendía definir la belleza. Esta expresión es descriptiva por el efecto, que más bien apunta al aspecto psicológico de la belleza, y no toca en profundidad la cuestión ontológica.
Tenemos otras indicaciones de Santo Tomás, que nos dan más para llegar al fundamento ontológico, para “cazar” la definición. He aquí unos datos muy interesantes que habrá que estudiar a fondo:
Para que haya belleza se requieren tres condiciones: primero la integridad o perfección; lo disminuido es feo por ello; y la debida proporción y armonía, y finalmente la claridad, y así se llama bello lo que tiene un color nítido.
Lo bello se refiere al poder cognoscitivo, porque se llama bello aquello cuya vista complace… de donde lo bello consiste en la debida proporción… y como el conocimiento se hace por asimilación, y la semejanza se basa en la forma, lo bello propiamente pertenece a la razón de causa formal.
La belleza particular de un objeto (que sería bello predicamental y añadiría alguna cosa al ente) es un hábito entitativo, y en consecuencia sigue la forma del ente, conforme al axioma “Quantitas sequitur materiam et quilitas formam”. Por lo tanto lo bello radica en la forma sustancial como en su sujeto, aunque en los objetos compuestos de materia y forma se manifieste principalmente por las formas accidentales. Por ello Santo Tomás hace referencia muchas veces a la relación con la causa formal, y también a la proporción y la claridad, que son propiedades que se refieren inmediatamente a la potencia cognoscitiva.
Por lo tanto, tenemos tres propiedades o condiciones objetivas de la belleza: La perfección, por la que lo bello se identifica con lo bueno; y la claridad y proporción, que se refieren a la aprehensión. Pero se ha de tener en cuenta no dar la exclusiva a estas condiciones, porque lo bello, como manifestación de la plenitud del ente, incluye de alguna manera todas las perfecciones que proceden de la forma del ente y por tanto estas propiedades están analógicamente contenidas en todos los entes.
Pero vamos a considerarlas una a una:
a. Perfección:
Según Santo Tomás: “Toda cosa es perfecta en cuanto está en acto, pues una potencia sin su acto es imperfecta”. De inmediato se sigue que todo ente es perfecto de alguna manera, porque en tanto que es, es en acto. Pero la perfección absoluta es aquello “A lo que nada falta según el modo de su perfección”, y esta perfección implica no sólo el ente en acto, sino también la potencia efectiva y el logro del fin.
Dice Santo Tomás: “La perfección de una cosa es doble, primera y segunda. La primera perfección es según que una cosa es perfecta en su sustancia; esta perfección es la forma del todo que resulta de la integridad de las partes. La segunda perfección es el fin; y el fin es o una operación, como el fin del citarista es tocar la cítara; o es algo a lo que se llega por una operación, como el fin del edificador es una casa, que hace edificando. Y la primera perfección es causa de la segunda, porque la forma es el principio de la operación.
Y como la perfección es el fundamento del bueno, y bello y bueno son lo mismo en el sujeto, se ha de considerar la relación de la perfección con el bueno, para entender mejor la perfección en el bello. Oigamos a Santo Tomás:
“Aunque bien y ente sean lo mismo en la realidad, como sin embargo son diferentes según su razón, no se dice del mismo modo alguna cosa ente simpliciter, y bueno simpliciter… Bueno dice razón de perfecto, que es lo apetible; y por consecuencia razón de último; de donde lo que es perfecto en lo último se dice bueno simpliciter; pero lo que no tiene la última perfección que debe tener, aunque tenga alguna perfección en cuanto es en acto, no se dice perfecto simpliciter, sino secundum quid… Por lo tanto esto que dice Boecio… que en las cosas una cosa es que son buenas y otra que son, se han de referir al ser bueno simpliciter, y al ser simpliciter; porque según su primer acto una cosa es simpliciter ente, y según el último, buena simpliciter; y sin embargo, según el primer acto es de algún modo buena, y según el último acto es de algún modo ente”.
Por lo tanto la perfección, en cuanto es el logro del fin es el fundamento del bueno simpliciter; y como bello es lo mismo que bueno en el sujeto, se ha de concluir necesariamente que también lo bello simpliciter se refiere a la perfección segunda.
b. Proporción
Ya hemos visto que el nexo entre bueno y bello se funda sobre todo en la perfección del ente; ahora, al considerar la proporción como condición objetiva de la belleza, veremos como esta condición es cierta expresión de la unidad del ente, y que une dispositivamente lo bello a lo verdadero. Pero como bello es una manifestación de la plenitud y excelencia del ente, la proporción también expresa una conexión con lo bueno, como dice Santo Tomás: “Aunque bello y bueno sean lo mismo en el sujeto, porque tanto la claridad como la consonancia están contenidos en la razón de bueno, sin embargo difieren en su razón”. Por lo tanto, igual que bueno y bello, la proporción es un concepto analógico.
Leamos a Santo Tomás: “Hay en las cosas una doble consonancia. La primera según el orden de las criaturas a Dios. Y a esta se refiere Dionisio cuando dice que Dios es causa de consonancia… en cuanto orienta todas las cosas a él mismo como a su fin…Y por esto belleza se dice en griego kallos, que se toma de “llamar”. La segunda consonancia es de las cosas según la ordenación de unas con otras” (Ibid). Proporción se dice de dos modos. Por uno, es cierta relación de una cantidad a otra, según lo que doble, triple e igual son especies de proporción.
Por otro, se llama proporción cualquier relación de una cosa con otra. Y así puede haber proporción de la criatura con Dios, en cuanto se relaciona con él como el efecto a la causa, y como la potencia al acto.
Por lo tanto la proporción, o bien se refiere al orden de las partes entre sí para la totalidad de una cosa, o bien se refiere a la relación del ente a otro. La proporción intrínseca de una cosa expresa la relación con la unidad trascendental, pero lo bello, como esencialmente consiste en la relación a otro, sólo se refiere a esta proporción intrínseca material y predicamentalmente. Y así como bello añade a bueno la ordenación del ente a la potencia cognoscitiva, del mismo modo añade a la unidad la proporción a otro. Igual que la perfección del ente es el fundamento de lo bueno y bello y raíz de la apetibilidad, así la proporción intrínseca del ente es una cosa común entre lo bello y la unidad, y es la raíz de la aprehensión de una cosa como completa.
Pero la proporción, como la perfección, es una noción relativa, y por ello dice Santo Tomás que lo bello consiste en la “debida proporción”, o sea la que es conforme al estado y al tiempo. Y no puede decirse que esta proporción de lo bello requiere necesariamente la relación actual con la potencia cognoscitiva; esto sería subjetivismo puro que se enuncia en el falso axioma “Es bello porque agrada”. En las cosas objetivamente o intrínsecamente proporcionadas está presente la capacidad de adecuarse a la delectación de la potencia cognoscitiva, porque por esta proporción la potencia cognoscitiva halla en el objeto algo semejante a ella.
c. Claridad
La tercera condición de lo bello, o sea la claridad o esplendor, es, por así decirlo la condición formalísima de la belleza; es el fin mismo de la producción artística, de modo que la perfección y la proporción, aunque tengan valor objetivo como manifestaciones de la bondad y unidad del ente, son más bien disposiciones para la claridad de la belleza. Ya vimos que muchos autores antiguos ponían la claridad como propiedad de lo bello. Según Plotino, es “esplendor de lo verdadero”; según San Agustín, “esplendor del orden”; y Santo Tomás dice “La claridad pertenece a la razón de belleza”, y que “la luz hace bello, porque sin luz todas las cosas son feas”.
La claridad, como la perfección y la proporción, se puede considerar o como propiedad objetiva del ente, u ordenada a otro. Como propiedad del ente puede referirse o a la forma sustancial o a las formas accidentales, y relativo a éstas en el orden o entitativo (color, luz, etc.) u operativo (los actos humanos hechos bellos o por la razón o por la gracia). Pero radical y esencialmente la claridad pertenece a la forma sustancial, que es el fundamento de todas las formas accidentales. Y ha de tenerse en cuenta que la claridad de la forma quiere decir primariamente la claridad e inteligibilidad ontológica, o sea, la claridad de la forma en sí; y en consecuencia no queda implicada la claridad conceptual del perficiente, porque muchas cosas, en sí mismas bellas, no son percibidas por todos.
San Agustín 

Agustín de Hipona, o San Agustín (13 de noviembre de 354 – Hippo Regius, 28 de agosto de 430), es junto con Jerónimo de Estridón, Gregorio I Magno y Ambrosio de Milán uno de los cuatro más importantes Padres de la Iglesia latina.
Siguiendo a Platón, Aristóteles, Cicerón y principalmente a Pitágoras, dice que la belleza consiste en congruencia, armonía. Unidad, integridad y orden. Escribe en De ordine: “Orden es aquello por lo que actúan todas las cosas que Dios ha establecido”. Pero la nota esencial de la belleza se expresa en De vera religione: “En todas las artes complace la conveniencia, (o sea la armonía) sólo por la que todas las cosas son seguras y bellas; la misma conveniencia apetece igualdad y unidad, o la semejanza de las partes iguales, o en la proporción de las desiguales”. De manera que podemos decir que San Agustín enuncia la belleza como esplendor del orden. Muy cerca de Santo Tomás, porque la unidad y el orden se refieren más al intelecto que a la voluntad. Esplendor del orden que se refiere no sólo a la belleza corporal, sino a la inteligible y la divina.
Los conceptos claves en la teoría agustiniana son unidad, numero, igualdad, proporción y orden; de ellos, la unidad es la noción básica, no solo en el arte, sino también en la realidad. La existencia de cosas individuales que forman unidades, y la posibilidad de compararlas con miras a la igualdad o semejanza, origina la proporción, la medida y el número. En varios lugares insiste en que el numero es fundamental, tanto para el ser como para la belleza: «Examina la belleza de la forma corporal, y encontraras que todas las cosas están en su sitio debido al número»- El numero da origen al orden, el ordenamiento de las partes iguales y desiguales en un todo integrado de acuerdo con un fin. Y del orden fluye un segundo nivel de unidad, la unidad que emerge de totalidades heterogéneas, armonizadas o dispuestas simétricamente mediante relaciones internas de semejanza entre las partes.
Una característica importante de la teoría agustiniana es que la percepción de la belleza implica un juicio normativo. Percibimos los objetos ordenados como ajusta-dos a lo que deben ser, y los objetos desordenados como no ajustados a ello; esta es la razón de que el pintor pueda rectificar sobre la marcha y de que el crítico pueda juzgar. Pero esta perfección o imperfección no puede ser meramente percibida; el espectador ha de llevar dentro un concepto del orden ideal, que le fue dado por cierta «iluminación divina». De aquí  se sigue que el juicio de belleza es objetivamente valido: no puede darse en él relatividad alguna.

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