| El hombre es capaz de hacerse muchas preguntas, preguntas de todo tipo y de alto nivel.
Ante alguna de éstas somos como ciegos que queremos «ver» y saber qué es un elefante. He aquí la parábola del elefante!
Érase una vez un pueblecito perdido en el desierto. Todos sus vecinos eran ciegos. Un gran rey pasó por la comarca, seguido de su ejército. Montaba un elefante. Los ciegos se enteraron, y habiendo oído hablar mucho de los elefantes, los movió el deseo de tocarlo para hacerse una idea de qué es un elefante. Doce Ancianos y Notables del pueblo se pusieron en camino con este objetivo: «Rey», dijeron, «os suplicamos que nos concedáis venia para palpar el elefante». «Os la concedo», respondió el rey; «¡podéis palparlo!».
Uno palpó la trompa, otro la pierna, éste la espalda, aquél las orejas, e incluso hubo uno que, por licencia especial del rey, montó sobre la bestia y se paseó. Los doce ciegos volvieron entusiasmados a su pueblo. Los otros los rodearon, preguntándoles, muertos de intriga, qué tipo de bestia era un elefante. El primero dijo: «Es un tubo enorme, que se alza con fuerza, se enrosca y, ay de ti si te pilla!». Otro afirmó: «Es una columna peluda». El tercero: «Es como una pared de un castillo». El que había palpado la oreja: «Es como un tapiz muy grueso, de tejido grosero, que se mueve cuando lo tocas». Y el último exclamó: «¿Es que chocheáis? Es una montaña que se pasea!». |
Muchas preguntas filosóficas han llegado a ser «preguntas elefantinas». Y los seres humanos nos hemos matado defendiendo nuestras parciales respuestas.
¡Que sabio es aquel ciego que escucha las respuestas de otros ciegos y, así, enriquece la propia!
Tomado del sitio web: http://www.xtec.cat/~lvallmaj/mercat/elefant2.htm |
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